lunes, 31 de agosto de 2015
El camaleón.
(Para Manuel Orestes.)
Hay un lugar en el patio,
bajo el frondoso árbol de mango,
en donde el verde se multiplica
y la luz solar entre las hojas
semeja el cielo nocturno estrellado.
Allí jugaba a encontrar un pequeño camaleón,
habitante mágico de ese terreno vegetal,
buscando entre el ramaje su piel de tornasol,
esperando el milagro del cambio de color,
maravilla cromática del mítico ser.
En las horas del calor, cerraba los ojos y a través de mis parpados,
membranas de rojo y pequeñas filigranas,
imaginaba y sentía su presencia,
mientras la brisa cálida de las sabanas
estremecía las ramas y hacia girar el universo esmeralda.
Desde la oquedad, disimulado en el entorno del tronco, me miraba
y se preguntaba las preguntas que yo de él me preguntaba.
Inmóvil, paciente, efímero y eterno,
mientras se deslizaba el verano hasta las lluvias de mayo.
Panamá, 26 de agosto 2015.
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