martes, 29 de septiembre de 2015
A la deriva.
En un insomnio, que no sé cuando empezó,
embarcado en una figura inmensurable.
Flotando en un espacio sin fin, en donde el sueño no llega,
pasa de largo, deja estelas violáceas, rastros de polvo,
memorias extraviadas en el asalto.
Una noche, seguida de otra mañana,
Horas innombrables, colmando días numerados,
meses repetidos, cada uno anualmente.
Un nuevo día apareja su nave,
con su velamen nacarado,
en este atracadero, que resuella nostalgias,
testigo de idas y venidas,
de mareas altas y bajas.
Ayeres en el ancla, promesas en el horizonte,
arde el tiempo en la proa.
Mástiles desnudos, estirados al azul,
levantándose de lo profundo, cortando el viento y su silencio.
En esta orilla en que mi piel echo amarras.
lunes, 31 de agosto de 2015
La Serpiente de polvo.
La piel estirada en la canícula del verano desde la puerta de la infancia hasta el borde del río.
Muerde los pasos que arden en los pies descalzos, buscando el remanso del frescor en el recodo.
Cada gesto colgado en los bordes del tiempo, de sol a sol, de luna a luna, mientras se levanta, mojada, cercana y remota, muda y escandalosa, contra el viento que restriega la llamarada ignota.
Es el camino recorrido una y otra vez. El balde en la cabeza, los pies descalzos, la piel morena, barnizada en sudor.
No hay distancias más allá de esa frontera, sólo un breve espacio de tiempo que pasa, arrastrado por las aguas que golpean las piedras, soñando en los cabellos de niños que juegan.
De la mañana a la tarde, la polvareda se levanta, retoza contra las sábanas blancas, en el alambre del potrero.
Algarabía del regreso, en los pálidos gestos, la serpiente de polvo muerde el estómago vacío, mientras ya sin aliento, siguiendo las huellas del sol, vuelve sus pasos, el balde en la cabeza, los pies descalzos. Otro día descansa a la orilla del río.
Relativo.
Donde cruzar la raya y poner la cerca
que encierra el dolor y las alegrías de ayer.
En un patio de cristal verde azulado,
a la orilla de un mar crispado
y bajo un cielo gris,
cubierto por la melancolía,
todo depende, todo es relativo.
No se trata de lamer viejas heridas,
descifrar signos y marcas en la piel curtida,
no hay enigma escondido entre el pellejo y la carne,
nada que falte, nada que sobre,
sólo la certeza de saber que,
todo depende, todo es relativo.
Esa es la condición mortal.
El aliento sereno, aún después de extinta la flama,
en el pétalo de flor y las alas del colibrí.
Allí descansa el estruendo del rayo,
y se hace tenue el color del sol.
Ya lo sabes, todo depende, todo es relativo.
De dónde vienes? A dónde vas?
Puede ser el principio o el final del camino.
Allí en donde estuve, allá en donde estaré.
Todo depende, todo es relativo.
El camaleón.
(Para Manuel Orestes.)
Hay un lugar en el patio,
bajo el frondoso árbol de mango,
en donde el verde se multiplica
y la luz solar entre las hojas
semeja el cielo nocturno estrellado.
Allí jugaba a encontrar un pequeño camaleón,
habitante mágico de ese terreno vegetal,
buscando entre el ramaje su piel de tornasol,
esperando el milagro del cambio de color,
maravilla cromática del mítico ser.
En las horas del calor, cerraba los ojos y a través de mis parpados,
membranas de rojo y pequeñas filigranas,
imaginaba y sentía su presencia,
mientras la brisa cálida de las sabanas
estremecía las ramas y hacia girar el universo esmeralda.
Desde la oquedad, disimulado en el entorno del tronco, me miraba
y se preguntaba las preguntas que yo de él me preguntaba.
Inmóvil, paciente, efímero y eterno,
mientras se deslizaba el verano hasta las lluvias de mayo.
Panamá, 26 de agosto 2015.
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