Estas brisas de noviembre traen el sabor y el olor que aviva en la memoria el sentimiento aprendido de amor por esta tierra, una querencia ancestral, hecha con el sonido y el multicolor de la gente, de los que estaban antes, de los que vinieron y se quedaron, también de los que algunas vez pasaron. Conjurar el pasado, como se cuentan las perlas del rosario, buscando un milagro redentor, recogiendo la sangre de la ofrenda, para salvarnos del naufragio, aferrados al viejo árbol en el que una niña grabo su nombre. Bendecidos en la pila bautismal con aguamarina y sal, en las grietas de la piel curtida de la abuela bordando la mola, allí en donde se esconde el trazado del mapa estelar, entre los sueños y la vigilia, allí mismo en donde el cholo general murió dos veces. Desde la cima del monte atalaya de la mar oceánica, aun se escucha el murmullo, preludio de la destrucción de un mundo, el sonido apagado del metal chocando contra el pedernal, otra batalla sin terminar en el campo segado aun sin germinar. Tal vez mañana, cuando el silencio llene el cielo pintado con el granate, cuando el vuelo de una alondra trace la línea ecuatorial de nuestra realidad y nos encontremos cara a cara con el destino, sabremos la razón primera y final, de cómo llegamos aquí.
miércoles, 1 de noviembre de 2017
Noviembre
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