martes, 2 de julio de 2013

En Defensa de la Defensoría del Pueblo. (Otra vez).

Me siento obligado a escribir estas líneas y retomar el tema de la Defensoría del Pueblo, ante la opinión pública, como en varias ocasiones anteriores lo he hecho, tratando de apreciar en su contexto y de manera objetiva lo que parece una estrategia política dirigida a generar un patrón de descredito de las instituciones de control y fiscalización del resto de las instituciones del Estado. Fue bajo el período constitucional del Presidente Ernesto Pérez Balladares, que cristalizo la idea de la creación de la Defensoría del Pueblo en Panamá, la institución ya tenía raigambre regional en casi todos los países de Ibero América y en el año 1997 es creada por la Ley No. 7, y se elige el primer Defensor del Pueblo. Este primer periodo tuvo la virtud de establecer los cimientos institucionales sobre los cuales se perfilaría esta oficina, con un modesto presupuesto, para atender las primeras denuncias ante casos de violaciones a los derechos humanos por parte de servidores públicos. Mucho esfuerzo costo levantar el perfil institucional nacional e internacional, que consolidara el carácter de órgano no jurisdiccional de control y vigilancia de la conducta de los agentes gubernamentales, para el cumplimiento de los derechos humanos, basados en el ejercicio permanente de una magistratura de la persuasión. Lo cual sirvió para que, en el período de Juan A. Tejada, como Defensor del Pueblo, la institución mediara ante una diversidad de situaciones conflictivas que enfrentaban a la ciudadanía ante el poder estatal y ayudó para que la estatura moral de la institución se elevara hasta llegar en el año 2004 a ser reconocida en la Constitución Política de la República como un pilar de la institucionalidad panameña. Como toda acción humana, esta es perfectible, y tiene mucho por hacer, aunque las últimas noticias que emanan de su sede causan perplejidad y desaliento para los y las promotores (as) y defensores (as) de los derechos humanos, que seguimos convencidos de la necesidad y la conveniencia de que los espacios de interlocución entre sociedad y estado no pueden perderse, puesto que allí radica la esencia de la democracia a la que aspiramos y por cuanto la vigencia del Estado de Derecho requiere de organismos que aboguen por la dignidad humana, como finalidad política de la nación. Ya estamos en un período electoral, que en el próximo año definirá el futuro inmediato del país político, lo que está pasando en la Defensoría no puede dejar de ser anotado como parte de los puntos de una agenda nacional de discusión con el propósito de corregir el destino por el que transitamos. Si existe algún interés en rescatar las estructuras básicas de la institucionalidad democrática, hay que pensar y actuar en serio contra lo que pareciera una estrategia orquestada para eliminar la fiscalización de la cosa pública y sumirla en el descredito. Le tocará a la próxima Asamblea Nacional de Diputados elegir un nuevo Defensor o Defensora del Pueblo, que retome el esfuerzo de la transparencia en la gestión, capaz de llevar adelante una administración eficiente para el manejo de los recursos que le son encomendados, que permita que todos los sectores sociales y económicos, en especial aquellos más vulnerables del país, encuentren en la Defensoría del Pueblo un espacio para ser escuchados, que levante la voz por todos y todas ante los desafueros que lesionan los derechos humanos en cualquier parte del territorio nacional. Hay que insistir en que las actuaciones de la Defensoría del Pueblo, deben estar revestidas de las virtudes cívicas de la transparencia y la honestidad, la institución y cada una de las personas que allí trabajan, empezando por el propio Defensor o Defensora del Pueblo, deben demostrar integridad profesional y una elevada estatura ética que le permita ser baluarte de la Dignidad Humana, que su posición sea clara y diáfana ante los abusos de poder y las constante lesiones a los Derechos Humanos de todas las personas que habitan bajo el cielo istmeño. Es un lujo que no nos podemos dar, el permitir que las puertas de la que debe ser una casa para el que se sienta afectado ante tanta inequidad y factores sociales y políticos de desigualdad sean cerradas, esto solo abonaría el terreno para que fructifique el escenario de la violencia social y sería la excusa perfecta para aquellos que apuestan al retroceso, al caos y al descredito moral del Estado Social y Democrático de Derecho. Aunque por los últimos acontecimientos hay razones suficientes para el descontento, espero que se corrija el rumbo, que la Defensoría del Pueblo sobreviva ante el escándalo público que ha generado hoy la opacidad de su administración. Amanecerá y veremos.

sábado, 9 de marzo de 2013

A la Memoria de Jaime Alberto Roquebert Torchia. 24 de febrero 1939 - 7 de marzo de 2013. Se nos ha adelantado en el camino a la eternidad el tronco de nuestra familia, Jaime Alberto Roquebert Torchia. Hijo de Lucia y Luis Roquebert. Hermano de Rogelio y Luis Carlos. Esposo y enamorado de Margarita (Su Chinita) Padre de Lucy, María, Jaime, Ana y Jorge. Abuelo de Enrique, Santiago, Tyler, Isabel , Ana Lucía, Eduardo, Helene y Sebastián. Con la alborada del 7 de marzo y la brisa del norte de este extraño verano, se encendió en el firmamento el ascenso de su estrella. Su cara reflejando ese semblante jovial, amigable y fraterno que siempre regalaba a todo el que lo rodeaba. Vivió como el hombre extraordinario que siempre será, no puedo conjugar en pasado su ejemplo, aún es muy temprano y sentimos la tibieza de sus palabras, hoy nos aferramos a tantos recuerdos de su grandeza para mitigar su partida inesperada y sorpresiva. El Cáncer terrible y traicionero lo acecho hasta quitarle el aliento vital y la salud física, pero nunca pudo derrotar su espíritu y su lucidez, que hasta el último momento lo mantuvo pendiente de todos, como siempre lo hacía. Hijo de Lucia y Luis, que combinación, una mujer tenaz y perseverante, de una fina y elegante ironía dueña de la última palabra y un hombre culto, de una sabiduría especial e inusual, casi enciclopédica, cautivador con todo lo que sabia y lo mucho que compartía. Don Jaime heredo de ellos lo mejor. Entre otras cosas el amor inmenso por su familia y esa capacidad inagotable de entrega hacia todos. Jaime Alberto Roquebert Torchia, Institutor de la generación del 57, aguilucho siempre, fruto de una época y de los ideales que moldearon su generación, siempre preocupado por los destinos de la Patria que tanto amo. Esos ideales que inflamaron su pecho y cuyo calor siempre transmitió a sus hijos y nietos. Estoy convencido que su amor por esta tierra lo hizo convertirse en geólogo, para recorrer así cada pedazo de su geografía y reconocer por asociación los nombres de las personas que habitaban este su país, recordando fechas, lugares y circunstancias, para luego entregárnoslas en sus memorias. Por eso se enamoro de la Cordillera, allí entre Hato Chamí, Cerro Escopeta y Cerro Colorado, donde habita el sonido del Caracol, que inmemorial llama al canto del viento y a la Balsería. También recorrió el mundo, como muy pocos han tenido la oportunidad de hacerlo y de cada viaje que hizo nos trajo la historia de cómo somos y cómo podemos llegar a ser. De allí esa capacidad de tolerancia y respeto por los demás que lo marcaba como una persona singular y diferente. Lector insaciable, maestro siempre, si tuviese la oportunidad de leer todo lo que el devoró con su ojos y proceso con su inteligencia clara, tendría que cambiar la capacidad de mi disco duro a varios Terabites y aumentar la velocidad del procesador a capacidades pocos usuales hoy por hoy en las personas. Fue Constituyente en 1972, y luego se hizo jurista, de los mejores allí en donde los hay buenos. Vivió como pensaba, dejando un legado inmaterial de honestidad y honradez a prueba del ácido que hoy corroe el corazón y la mente de muchos. Ese ejemplo es la más grande riqueza que le dejo a Lucy, María, Jaime Alberto, Ana y Jorge y que reciben hoy sus nietos. Nos enseño que ser una persona honrada y honesta tiene la gran recompensa de poder dormir con la conciencia limpia y en paz consigo mismo. Amo tanto a todos los que lo rodeaban y lo demostraba en la entrega cotidiana. Su mirada orgullosa por los logros de sus hijos, la Dra. Roquebert, su abogada y Ministra de Estado Mary, el Dr Jaimito, su fisioterapeuta la Princesita Anita, Jorgito el doctorando viajero y todos sus nietos, reunidos en la mesa estarán siempre con él. Amo tanto a todos y era tan orgulloso de su amor, que cuando su Chinita pintaba sus ojos brillaban y el pedía aparecer en los créditos, por cargar los cuadros. Amo tanto y disfruto a sus nietos mayores Enrique y Santiago, que lo bautizaron Mo, y sé que solo lamentaba, en el último momento no haber tenido un poquito más de tiempo para Bailar en los quince años de sus princesitas menores, Ana Lucia y Helene. Quedan tantos y tantos recuerdos, que estoy seguro seguirán alimentando su presencia en el porvenir. Estoy seguro que su hermano Rogelio, sus cuñadas, en especial Dixie y Adolfo, sus sobrinas y sobrinos, todos sus familiares y amigos queridos lo extrañaremos. Por la Gloria Institutora, Jaime Roquebert, vivirá por siempre en nuestros corazones.