domingo, 1 de mayo de 2011

Quien me ha robado el mes de abril.

Estos son días tristes, los noticieros nos informan que en los Estados Unidos, en particular en los Estados mas al sur: Alabama, Missisipi, Arkansas y Georgia, una serie de tormentas, con devastadores tornados, han arrasado provocando la muerte de más de 320 personas. Sentimos mucho esta grave perdida en vidas humanas, las cuales se suman a las causadas por el terremoto y tsunami ocurridos en Japón y a las víctimas de la radioactividad de los reactores atómicos, toda esta muerte y destrucción por la fuerza inexorable de la naturaleza.
En Panamá, los wikileaks siguen agobiándonos con los reportes cablegráficos de la embajada, que parecen sacados de la imaginación del "Sastre" de Jonh LeCarre o de "Nuestro Hombre en la Habana" de Grahan Green, que pena que en medio de tanto crecimiento económico, el país este embargado por un gobierno que presiona las libertades públicas hasta el límite de lo soportable por cualquier régimen democrático o Estado de derecho, que además está ahondando la brecha entre ricos y pobres cada día más.
Para entristecer aún más mi estado emocional, hoy casi de madrugada recibí la noticia de la desaparición física de Raúl Leis.
De inmediato mi corazón y mi razón, que generalmente no marchan a pies juntos, cuestionaron la posibilidad de que esto fuera cierto, aunque ya sé que para morir sólo es requisito estar vivo!
A Raul Leis, lo conocí hace ya 25 años, para ese entonces él ya era uno de los intelectuales del país, vinculado a los movimientos sociales, campesinos, obreros, indígenas, comunidades de base, mujeres y estudiantes, de más prestigio e influencia, no sólo por su trabajo teórico, sino por la praxis, que trascendía nuestra tierra y al igual que en las montañas de Coclé y Costa Abajo de Colón, Raúl era amigo y compañero de intelectuales, campesinos y trabajadores de Nicaragua, El Salvador Honduras o Guatemala, de toda nuestra América, siempre incondicional, de lado de los más pobres, incluso allí en donde las balas intentaban matar las ideas.
Para muchos de nosotros, Raúl ha significado, esa categoría de hombres que la sociología política de Gramsci llamaba intelectuales orgánicos.
En las graves encrucijadas que compartimos en los finales de los 80 y ante la cruenta invasión de diciembre de 1989, luego en el camino de retorno a la democracia, era uno de los ejemplos que determinan nuestra forma de pensar y actuar, como diría Él de manera coherente.
Raúl hechó su suerte con los pobres de esta tierra. Nunca comprometió su pluma de poeta o dramaturgo, tantas veces laureada, cortante ante la injusticia, afilada contra la ignorancia que encarcela y empobrece. Su lucha lo llevó a los terrenos en que la educación universitaria o de adultos en América Latina, es un escenario en el que entendía había que gastar todos los esfuerzos posibles y más, hasta vencer.
Una vez escribió, siendo colonense, que "por Colón no se podía pasar impune", yo siempre lo recordaré, porque su calidad humana, de amigo, maestro y compañero, no permitiría que pasáramos impunes, sin ser marcados por su amor a la justicia social, a su gente y a su tierra, que no conoció fronteras.
Nunca claudicó como defensor y promotor de los derechos humanos, tolerante hasta con los más enconados adversarios ante sus principios, con la sencillez y el respeto que invitan al dialogo y a la discusión, enseñó sobre los sueños posibles de igualdad y dignidad y hombres como él, en días de locura como hoy, son indispensables.